Bonsái: 8 formas de serlo

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Nicola Notaro llegó a América en su pre-adolescencia en los primeros años del siglo XX, junto a unos tíos y proveniente de un pueblo del sur de Italia, cerca de Salerno. Casi diez años más tarde y sin haber pasado por otra escuela que la ‘universidad del trabajo’, tenía ya su propio emprendimiento: un vivero de plantas que se convirtió en pocos años en una empresa muy fructífera que vendía todo tipo de plantas ornamentales y decorativas, así como de producción agrícola y forestal.

Hubo un solo tipo de plantas que mi abuelo Nicola se negó sistemáticamente a tener o vender en su vivero: los bonsái. Su argumento era que tal técnica significaba una ‘aberración’ y que el hecho de impedir crecer a un árbol iba en contra de la Madre Naturaleza.

En efecto, contrariamente a lo que muchas veces se cree, un bonsái no es una planta genéticamente empequeñecida. Es ‘simplemente’ la técnica de reducir un árbol, cultivado en una pequeña vasija. El árbol se mantiene pequeño dándole forma, podando el tronco, las hojas y las raíces cada cierto tiempo y sobre todo: manteniéndole en ese pequeño contenedor o recipiente.

El bonsái es un árbol perfectamente sano, que si se cultiva adecuadamente, sobrevivirá el mismo tiempo que un árbol normal de la misma especie. Es más: si plantamos la semilla de un bonsái y la dejamos en tierra en condiciones ‘normales’, se convertirá en un árbol normal.

Lo que sucede en un bonsái, es que hay un condicionamiento que le impide crecer, no hay nada de particular en sus genes ni en la tierra de la que se alimenta. Ese condicionamiento viene dado por el contenedor, el limitante y la restricción para poder desarrollarse.

Para mí el bonsái es una de las metáforas más visibles y palpables sobre lo que nos sucede muchas veces a las personas. Tenemos contenedores limitantes, a veces propios o a veces impuestos que nos impiden crecer, desarrollarnos, expandirnos.

A mi modo de ver existen diversos contenedores, que representan esos frenos al crecimiento:

El conformismo. Es la falta de ambición o podríamos decir el triunfo de la inercia. Es el “qué le vamo’ hacer” o “..es lo que hay”. Su contracara es el inconformismo, es el pensar que todo, absolutamente todo siempre puede ser mejor: el entorno, el trabajo, las relaciones, los criterios para observar el mundo. Lo mejor de la historia de la humanidad fue (y será) posible porque siempre hubo personas que no aceptaron lo establecido y se propusieron mejorarlo. Es pasar del “eso no es posible” al “y si fuera posible..?”.

El miedo. O quizá debiera decir los miedos. Porque son muchos y la mayoría provienen de fracasos anteriores. Lo peor del miedo es que te derrota sin luchar. Ahora bien: lo normal es tener miedo, ese no es el problema. El desafío es gestionar el miedo y aparcarlo para poder conectar con aquella otra parte de uno que, al contrario que la que tiene miedo, está deseando tirarse al agua. Un artista antes de subirse al escenario está muerto de miedo, así haga 30 años que sale a escena. Lo que hace en ese minuto previo, es conectarse con aquella otra parte que disfruta, que está deseando enfrentarse al público, que eligió ese modo de vida.

Carencia emocional. No expresar lo que sentimos o incluso negarlo es uno de los frenos al desarrollo más importantes pero no tan evidente. Muchas veces no nos damos permiso para tener determinadas emociones y sentimientos: por factores culturales, por miedo al rechazo, por vergüenza, porque no estamos acostumbrados. La gestión de las emociones es una de las carencias más importantes en nuestra educación y sociedad occidentales. Los sentimientos son también información: para nosotros y para los que nos rodean. Reconocer y expresar nuestras emociones y sentimientos no sólo nos hará crecer, si no también contribuirá a la ecología del sistema en que nos movemos, es decir, le hará bien a todos.

Falta de conocimientos. Algo bastante incuestionable como limitante, pero no como condición suficiente: ya sabemos que “lo que natura non da, Salamanca non presta”. Ahora bien, un impresionante currículum vítae no garantiza nada, así como la falta del mismo no nos condena al fracaso. El limitante estaría más bien dado por la falta de imaginación para aplicar determinados conocimientos, por tener una forma de pensar que impida que nuestra parte racional se pueda poner al servicio de la imaginación, la intuición y la creatividad, que al final son los que traen las soluciones. Precisamente una de las personas que más insistía con este aspecto era Albert Einstein quien consideraba que el pensamiento tradicional había tenido bastante poco que ver con sus logros científicos y más con la capacidad de hacerse preguntas que se haría un niño.

Ser “alcohólico inconsciente”. No ser conocedores sobre quiénes somos, sobre nuestros recursos, aptitudes y dones nos impide ver o distinguir nuestras posibilidades y por ende no nos permite crecer. Nuevamente nuestra forma de educación y cultura tienen bastante que ver con este limitante, ya que generalmente se nos hace poner el foco de atención sobre nuestras equivocaciones, errores y traspiés más que en nuestro talento y aciertos. Es fundamental reconocer nuestros recursos y desarrollarlos: todos tenemos talento, pero no tenemos talento para todo. La clave está en identificar qué se nos da bien y cómo mejorarlo.

Hundirse en los errores. El error siempre puede producirse. Es el negativo y desprestigiado reverso de lo que a todos nos obsesiona alcanzar: el acierto y precisamente por ello, cuando aparece el error, la tendencia natural es a ignorarlo o incluso encubrirlo y no a afrontarlo. Quedarnos sumergidos en las consecuencias de un error significa firmar el acta de defunción por adelantado. Sin embargo los errores son una de las mejores fuentes de aprendizaje. Grandes problemas requieren de grandes soluciones y a partir de allí grandes crecimientos son posibles.

Falta de metas. Vivir a la deriva, dejándose llevar por las ‘corrientes’ de las circunstancias y no ser capaces de mover el timón de nuestras vidas nos mantiene enanos, como los bonsái. Decidir hacia dónde dirigirnos no siempre es fácil, pero es la forma de concretar nuestro talento y canalizar nuestra energía, haciendo más eficaz nuestro esfuerzo. Trazar el mapa de nuestro futuro deseado implica conectar con nuestros sueños, intereses, conocimientos y experiencias, vocaciones y pasiones. Entraña buscar aliados, entornos y acompañantes adecuados. En definitiva: nos ayuda a descubrir los diferentes caminos y rutas que tenemos para crecer.

El sistema que nos rodea. Uno de los contenedores que a veces nos cuesta más identificar, simplemente porque estamos inmersos en él. Ya sea el sistema familiar, el medio laboral, el entorno de amistades, la ciudad, el país o una religión: cualquiera de ellos puede representar un freno al crecimiento. Hay sistemas que son como agujeros negros y se necesita de mucha fuerza para salir de su inercia. El primer desafío sería entonces poder tomar consciencia sobre su influencia limitante y el segundo tener valor para dar el paso que permita despegarme de ese sistema perjudicial.

Está claro que puede haber otros factores contenedores que pueden representar una restricción al crecimiento personal y que entre los expuestos, buena parte se retroalimentan o refuerzan entre sí.Lo más interesante en todo caso es que para cada uno de ellos hay algún antídoto, un contra-contenedor y que a diferencia de los bonsái, siempre hay alguna posibilidad de elegir para poder crecer y llegar a la cima de la pirámide de Maslow. Sólo hay que estar dispuesto.Como dijera el escritor T.S. Eliot: “Sólo aquellos que se arriesgan a llegar demasiado lejos descubren qué tan lejos se puede llegar.”

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