El silencio y el callar

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Recuerdo la definición de silencio de las clases de Acústica: “ausencia de sonido”. Es decir que se define por la negación de otro hecho, algo parecido a la oscuridad, que es la “falta de luz o de claridad”. En la música, el silencio ocupa un lugar muy importante y que a los estudiantes de solfeo nos traía de cabeza porque sencillamente te lo saltabas o no contabas correctamente los tiempos. Era como pensar 'lo que importan son las notas!', cuando una de las utilidades del silencio es justo la de destacar los sonidos anteriores y posteriores a ese silencio, ya sea en una sinfonía, una improvisación de jazz o un riff metalero.

En las conversaciones pasa algo similar: no siempre damos la importancia que debiéramos al silencio, nos parece que lo imprescindible es decir algo, no quedarnos con la boca cerrada. Sin embargo, un silencio bien gestionado puede ser de mucha utilidad. Además de permitirnos escuchar al otro adecuadamente, algo no tan habitual, también es eficaz para enfatizar los mensajes previos y posteriores a ese silencio.

Asimismo, una de las propiedades más importantes del silencio en la comunicación es la de generar energía.

El silencio invariablemente generará energía, algo que no siempre las palabras logran. Si alguien se queda de pronto en silencio, en sus interlocutores comenzará a producirse algo: incomodidad, incertidumbre sobre lo que ha pasado, cuestionamiento, enfado, compasión, curiosidad,... Algo. El silencio puede tener bastante más fuerza que las palabras.

El silencio puede darnos también esa fracción de tiempo necesaria para repensar lo que vamos a decir, con el resultado de decirlo tal cual lo pensamos o modificarlo respecto del pensamiento original, o simplemente callarlo. Es esta última opción la que deriva en otro hecho importante de la comunicación: el fenómeno del callar, diferente del concepto de silencio y que consiste básicamente en no expresar verbalmente lo que estamos pensando.

El callar es un fenómeno muy habitual en las organizaciones y representa una brecha, un gap, entre lo que la gente piensa y lo que dice. Esta brecha tiene un impacto profundo y negativo ya no sólo en la comunicación sino también en la capacidad de acción efectiva de la organización y el desempeño de las personas que la componen.

Todos conocemos esta experiencia y sabemos del efecto demoledor que tiene para todas las partes involucradas: para el que calla porque se frustra en su intento de expresar lo que piensa y siente y para el que no recibe el mensaje porque pierde una oportunidad de aprender, corregir, coordinar, explicar, replantear y un sinfín de posibilidades que se cierran. Es decir, afecta la efectividad y también el nivel de bienestar de los involucrados.

Está claro que no siempre es necesario revelar todo lo que pensamos, muchas veces esto puede ser tan contraproducente –o más- como optar por callar. Todo dependerá del carácter de lo que estamos pensando y del contexto en que nos encontremos.

¿Cuáles son las razones que habitualmente nos inducen a callar? Como casi siempre las razones emocionales (y los juicios que las acompañan) son las responsables y según algunos expertos son dos las emociones involucradas:

La primera es el temor a la represalia, es decir callo porque me expongo a riesgos que prefiero evitar y podría salir perjudicado.

La segunda es callar porque puedo poner en evidencia la incompetencia del otro, su error o su estrechez de pensamiento, es decir evito ponerlo en una situación vergonzosa.

A la primera causa podríamos llamarle callar por prudencia, a la segunda callar por compasión.

A mí me gustaría añadir una tercera razón, también vinculada a una emoción y es callar por frustración, que implica haber pasado por algún intento de comunicación anterior y haber tenido la sensación de tener una pared delante, ante lo cual opto por cerrar la boca y no volver a intentarlo.

Sea cual fuere el motivo, ello no cambia el impacto negativo que tiene en el funcionamiento interno de una organización o en cualquier relación.

Esto nos conduce indefectiblemente a las siguiente pregunta: ¿No habrá una forma de revertir esta situación, de hacer conversable lo no conversable?

La respuesta, en el próximo post.

Mientras tanto, mi invitación a gestionar adecuada e intencionadamente el silencio en las conversaciones. Prueba. Te sorprenderás del impacto.

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